You are using an outdated browser. For a faster, safer browsing experience, upgrade for free today.

Sex Pistols, Maria Callas, Eminem y Justin Bieber según John Waters

Odié a los Beatles ni bien aparecieron porque eran demasiado alegres. No consumí música popular entre 1964 y 1976 hasta que escuché a los Sex Pistols por primera vez. Por fin había llegado un nuevo sonido antihippie que podría enfurecer a toda leyenda musical previa. Incluso antes de ser conocidos en los Estados Unidos, recuerdo cuando me llevaron a ver a los Pistols fuera de Londres y cómo esta cultura nueva me tomó por sorpresa. ¡El pogo!, aquí estaba el opuesto exacto a los bailes de cotillón a los que me habían obligado a ir cuando era adolescente. ¡Y la diosa punk Jordan! ¡Dios mío! Era algo completamente diferente en cuanto a estándares de belleza radical. ¡Su cabello puntiagudo como de Estatua de la Libertad! ¡Esas prendas de goma y cuero! Ese maquillaje geométrico en la cara. Además, podía cantar a los gritos de manera tan aterradora como los Pistols. Divine vio a Jordan una sola vez y lloriqueó: “Ahora me siento una del montón”. Jordan sigue viva, y convive con su madre en una autoimpuesta éminence grise, dormida en los laureles como bien lo merece por haber sido la Primera Dama de la periferia lunática del punk. ¡Nadie te desplazará de ese trono, Jordan! Eres nuestra presidenta emérita del estilo y sigues gobernando como una reina.

Amo el punk. Me siento a salvo en ese mundo y, por supuesto, me doy cuenta de que no es algo para nada nuevo en estos días. De hecho, he sido anfitrión cuatro años seguidos de lo que en realidad es un festival de nostalgia punk en Oakland, California, llamado Burger Boogaloo, programado de forma brillante por su promotor Marc Ribak. Aquí, grupos punk del pasado (The Dwarves, The Mummies, The Damned) resurgen junto a artistas principales como Iggy Pop y Devo, y otros grupos menos conocidos como The Spits y The Trashwomen, que se reúnen especialmente para tocar. Este público no tiene problema enrecordar quiénes son. Piénsenlo: el punk apareció a mediados de los setenta; muchísimos de sus fans tienen más de cincuenta años de edad. He visto a abuelas haciendo pogo allí. Caer en la cuenta de que, para algunas personas, el hecho de ver a los Buzzcocks o a los 5.6.7.8’s significa lo mismo que ver a Jerry Lee Lewis y Fats Domino es algo que le hace bien a mi corazoncito negro. El punk puede ser un clásico del pasado sin dejar de ser amenazante.

“Somos de mediana edad y estamos llenos de furia”, grité en broma desde el escenario en Mosswood Park ante la multitud de reivindicadores de la new wave, pero el público no lo toma como un chiste y responde con rugidos de aprobación. Allí, los punks canosos pueden celebrar y revivir su resistencia juvenil durante dos días enteros sin sentir que el tiempo pasó. “¿Son calvos o skinheads?”, les grito a unos viejos que desempolvaron sus prendas punk de San Francisco, y ellos me responden amigablemente con el dedo mayor en el aire y risas. ¿Tirarse al público? Sí, algunos de los casi ancianos portadores de alfileres de gancho lo intentarían, pero en Burger Boogaloo muchos de los punks tienen panza. Muchos de ellos son ahora muy difíciles de atajar. ¿Duele más caer mientras se hace mosh a los cincuenta que a los veinte?

El punk siempre sirvió para esconder algo, ¿no? Incluso hoy, algunos de los jóvenes new wavers realmente cool son, en realidad, homosexuales desquiciados que escapan del mundo gay tradicional para hacer pogo, en un intento “macho” por tocar los cuerpos de otros tipos. Las chicas nunca se ven gordas o feas si son punk; es el disfraz perfecto que convierte a todas las mujeres de belleza no tradicional en chicas de calendario en clave pobre. “¿Recuerdan la última vez que vomitaron en sus carteras?”, les grito a todas las “brujas y feas”, como las llamo en el Burger Boogaloo, y ellas responden, alegres, que sí. No jodan con las maricas o las chicas punk. Les patearán el culo. O, mejor aún, les vomitarán encima.

Sex Pistols, Maria Callas, Eminem y Justin Bieber según John Waters

***

El caos musical no es solo un privilegio de la juventud; es un club para todas las edades en el que deben esforzarse para integrar sus filas. Pero a veces hace falta un poco de calma. La música clásica no es solo para intelectuales. También es para gente loca, especialmente cuando quieren estar solas y escapar del frenesí de ser ellas mismas. No necesitan saber nada acerca de la música clásica para que funcione. Solo lean críticas de eruditos, y si les parece que les puede gustar a sus cerebros, compren o descarguen y escúchenla. Solo necesitan hacer dos compras (de valor considerable) para sentirse a gusto y entusiasmados con la música clásica.

Primero consigan la caja Glenn Gould: The Complete Columbia Album Collection. Está agotada pero pueden encontrarla online: los ochenta y un álbumes remasterizados en cd con arte de tapa original e individual, y un libro de 416 páginas lleno de fotos poco vistas yensayos. Glenn Gould es el tipo más cool que haya vivido jamás. El Maestro. El pianista canadiense enormemente excéntrico que amaba el clima frío, que se paraba en el lado norte de cualquier habitación solo para asegurarse de que la temperatura fuera menor. Sí, murmuraba y tarareaba mientras tocaba y se rehusaba a dejar afuera esos cantoslunáticos de sus grabaciones. Este artista reticente tenía un fetiche con su banqueta rota, remendada con cinta, y usaba guantes y ropa de invierno en el escenario incluso cuando afuera hacía un calor espantoso. También creía que Petula Clark tenía la voz más hermosa de todas las cantantes. Escuchen sus recitales de piano: elegantes, a veces agitados y siempre frenéticos, capaces de tranquilizar a una persona esquizofrénica, emocionar a un zombi, confundir a un psicópata violento y hacer que una persona normal se sienta primero desorientada y luego inferior. Sí, Glenn Gould es la palabra con G, y no me refiero a genial. Quiero decir glamoroso, un genio de los de la lámpara, un gran hombre del gramófono con materia gris de sobra. Un Gould.

La otra compra musical que deben hacer es Maria Callas. Es todo lo que necesitan escuchar para entender la ópera. Cualquier persona cuyo mejor amigo fuera Pier Paolo Pasolini y que haya sido dejada por Aristóteles Onassis para casarse con Jackie Kennedy sabe gritar conbelleza, estilo, tono y abandono total. The Complete Studio Recordings, 1949-1969 conseguirá que hagan escenas de locura una vez que hayan escuchado cada uno de estos setenta cds (que incluyen veintiséis óperas completas). Lleva un tiempo, pero luego de haber escuchado todo, sentirán que tuvieron un orgasmo musical como ningún otro. MariaCallas era la bifetamina de las voces clásicas. Puede que hayan pensado “a la mierda la ópera” antes de haber escuchado la voz de Callas, pero una vez que experimenten su obra, sus prejuicios cambiarán por completo. Recién entonces habrán sido penetrados por la potencia de la ópera y ese es otro cantar. Uno que jamás podrán tararear.

***

A muchos oyentes de mi edad les dejó de gustar la música popular cuando apareció el rap, pero no a mí. Eso no quiere decir que me guste todo: las letras del estilo “perra, verga, marica, arma” de 50 Cent me sacan de quicio, me suena horrible, como una fanfarronada homofóbica de niño rico a mitad de camino entre Donald Trump y el restaurante Chick-fil-A del rap. Al mismo tiempo, tengo debilidad por Ol’ Dirty Bastard porque -si bien fue arrestado por robo, asesinato, posesión de drogas y un tiroteo con la policía de Nueva York, y luego tuvo una sobredosis fatal- me hizo mucha gracia cuando fue con un periodistay dos de sus hijos ilegítimos en una limusina a la Oficina de Bienestar Social para retirar su cheque y sus cupones de alimentos. Eso es lo que yo llamo un truco publicitario genial.

También amo a Eminem, y a aquella ex mujer suya que usaba labial negro alrededor de su boca y eclipsaba mi bigote al ostentar cierta extravagancia desprolija. Sé que Eminem no tiene ningún deseo de conocerme, lo cual lo convierte aún más en un héroe personal. “Puke” sigue siendo mi canción favorita y, de hecho, una vez hice que Jill Fannon -quien supo ser mi asistente de arte- la remixara para que sonara como las Ardillas. Usé esa canción reversionada como mi música de presentación cada vez que subía al escenario para hacer mi show navideño.

Tal vez deba hacer un festival de nostalgia rap como el Burger Boogaloo, rescatando a todas mis estrellas fugaces favoritas de los primeros años del hip-hop. Como una suerte de Wattstax blanco que incluya todas las canciones de rap que me hayan hecho sentir a mitadde camino entre un Mr. Rogers curioso y una versión temprana (y todavía no muy furiosa) del poeta LeRoi Jones. “I Wish”, de Skee-Lo, fue una canción que se destacó por su alegría y optimismo; un rap que te ponía de buen humor. “Ojalá fuera un poco más alto”, se lamentaba Skee-Lo. “Ojalá fuera un basquetbolista. Ojalá tuviera una chica linda, la llamaría por teléfono.” ¿Quién podría estar en desacuerdo con esas letras? La historia de alguien que no iba a disparar ni acosar sexualmente a nadie. El tema servía incluso para hacer pogo y sentirse como un turista racial en una celebración gangsta sin peligro.

“The Vapors” fue otro grupo de rap que tuvo un gran efecto en mí. Me encantaría traer de vuelta a Biz Markie (y no sería difícil porque ahora vive en Maryland) para hacer freestyle con su gracioso himno a la enfermedad victoriana que las mujeres distinguidas contraían en los días de Oscar Wilde cada vez que se frustraban tanto y se ponían tan nerviosas que todo lo que podían hacer era desmayarse. La sola imagen de sus matones y sus mujeres con un pañuelo de encaje empapado en sales aromáticas para recuperarse de “los vapores” ha sido siempre una fantasía rapera que me gustaría haber filmado.

Basehead, el grupo de rap jazzero alternativo liderado por Mike Ivey, estaría bien arriba en el listado de bandas de mi nuevo festival de música Lollapaloser. Desde el comienzo mismo de su carrera confundieron tanto al mundo del hip-hop como al de los hípsters con un ritmo sutil pero altamente original. Si bien considero que A Tribe Called Quest es buenísimo, Basehead es aún mejor. Comenzaron tocando temas sobre el porro y la depresión, y terminaron hablando de Jesús. Se convirtieron en una especie de Kirk Franklin de la cultura slacker. No existe un ranking en la revista Billboard para el góspel fumón; pero de existir,todo el top 20 sería de Basehead.

Tairrie B es mi chica número uno, la artista principal de mi show. La primera chica blanca del rap que se defendió de Dr. Dre y recibió dos trompadas suyas en la cara por ello, a pesar de ser la novia de Eazy-E. Toda la historia de su vida está injustamente ausente del film Straight Outta Compton. Tairrie B era “una perra despiadada”, como tituló a uno de sus raps. Vestida como Mae West, alardeaba: “Desarmo a los hombres de la manera en que desarmaba a los muñecos de Barbie y Ken cuando tenía diez”. Sí, era una rubia infernal, pero no “marrón ni negra, de hecho, ¡soy blanca!”, se jactaba con osadía racial. Así es: su nombre es Tairrie B y “¡la B es de bitch!”. Me gustaría que responda a todos los grandes éxitos de nwa con una venganza personal en clave cómica. Ese grupo le debe mucho. Muchísimo.